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El duende de la Valoración Externa

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Mendigando reconocimiento

Recuerdo muy bien un capítulo de la serie Doctor en Alaska donde el duende de la Valoración Externa cobraba forma e impedía a los protagonistas sentirse reconocidos si no era a través de los ojos de los demás. Queremos que nos quieran, si, pero ¿por qué la amabilidad genera desconfianza?

En un momento en el que el duende de la valoración externa se convierte en una presencia imprescindible en nuestras vidas. ¿Dónde ponemos los limites?

Ser extremadamente amable, buscar formas de colaborar con otros, de empatizar y entender su postura, contribuir a la difusión de ideas, proyectos y mensajes no es suficiente para lograr el reconocimiento de quienes nos rodean, en parte nos ignoran y en parte desconfían, ¿por qué?¿Qué piensan al otro lado?

Tal vez no estamos preparados para la simpatía y la amabilidad, tal vez el debate en sociedad se rige por la lucha y el conflicto. Me siento a veces como esas anfitrionas del siglo XIX preocupadas por mantener el nivel adecuado de debate de ideas en su salón, el suficiente número de invitados, el continuo flujo de conocimiento, la argumentación equilibrada, el diálogo, que es el fluir de significados.

La búsqueda de la postura firme, extrema, sin fisuras, recibe más crédito que la persona que atiende, escucha, duda y está abierta a nuevas ideas, a nuevas posibilidades.

¿Piensan que quien no expone sus argumentos peleando no tiene un criterio propio?¿Qué escuchamos cuando escuchamos?¿Qué hay detrás de las palabras?

La lucha por el tiempo, en un momento de exceso de información, promueve los comportamientos extremos, lo visual frente a las palabras, la imagen impactante, la necesidad de posicionarse en contra o a favor.

¿Estamos en un nivel de falta de atención en el que sólo el conflicto se convierte en noticia?

¿O cómo decía McLuhan “El medio es el mensaje” y nos movemos en contextos que favorecen la desconfianza? Si soy amable, piensan que quiero conseguir algo, si doy la razón a mi interlocutor, no hay debate jugoso. Todos los eventos quieren incluir hoy una mesa donde haya “pelea”, incluso las posibilidades abiertas de colaborar, de llegar a acuerdos entre sus miembros son vistas con decepción por la audiencia.

Enredando con la Teoría U de Otto Schammer me doy cuenta de todo lo que nos queda por aprender en escucha. Desde el primer nivel o afirmación de nuestros argumentos, en el sólo escucho aquello que me da la razón, y tal vez olvide pronto a ese interlocutor, que percibo sólo como un admirador que contribuye a aumentar mi autoestima.

En el segundo paso mantenemos un nivel bajo de escucha ante lo que nos rodea, si acaso estamos alerta a lo diferente, a lo que contrasta. ¡Ah!, eso no me suena, a ver de que va… es tal vez el lenguaje utilizado por la publicidad para sorprendernos, una suerte de seducción que también olvidamos rápido. Es un golpe, un tip, una ráfaga.

En el tercer paso, conecto con el estado de ánimo de la persona que tengo enfrente, aunque ante personalidades muy orgullosas puede que no sea sino un espejo adecuado en el que mirarse hoy, olvidarán muy pronto a aquel que les refleja. Si acaso hemos visto, hemos detectado alguna debilidad, alguna fisura, el resultado puede ser el rechazo en el futuro.

Sólo en la cuarta fase, una escucha abierta a lo que entre ambos se puede generar, la escucha generativa, puede abrir puertas a una relación duradera, verdaderamente creativa, en la que ambos participantes logramos de verdad reconocimiento, ambos estamos dispuestos a dejarnos influir, vemos la posibilidad de crear algo nuevo. ¿Cómo llegamos a ella? ¿Cómo dejar de ser invisible para el otro?


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