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Los No Lugares y las emociones

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Los no lugares son espacios por lo que todos y todas hemos transitado en más una ocasión y seguramente, de algunos de ellos no recordaremos grandes detalles.

Son los lugares que Marc Augé, denominó como “No lugares”. Un concepto sociológico que contempla, tanto las instalaciones necesarias para la circulación acelerada de personas y bienes –vías rápidas, autopistas, estaciones de medios de transporte, aeropuertos – como los propios medios de transporte y grandes centros comerciales, o también los campos de refugiados de tránsito prolongado.

Desde una perspectiva sociológica, son espacios públicos, por contra al concepto de lugar privado. Por tanto, son lugares con posibilidad de observación, investigación e interpretación antropológica y sociológica, nos otorgan la oportunidad de explorar a los individuos en medio de contextos sociales que acentúan fuertemente su individualización, tal como expone Danilo Martuccelli en Las sociologías del individuo.

Es decir, si nos colocamos en un plano microsociológico, podemos observar en los individuos el efecto de las estructuras sociales. En este orden de cosas, los no lugares son verdaderas máquinas generadoras de emociones.

Los no lugares, son espacios de prisas, de nerviosismos, de ansiedad, de espera, de crispación, de miedos, de alegrías, de ilusiones y de nostalgias. Lugares donde las emociones y el tiempo juegan un papel fundamental porque en ellos continuamente están ocurriendo acontecimientos imprevistos ante los que tenemos que reaccionar.

Son áreas físicas normalmente de grandes dimensiones, pero con la paradoja de que potencian la soledad, la indiferencia y el anonimato.

El no lugar no crea ni identidad singular, ni relación, sólo soledad y similitud, unifica y sólo otorgan identidad, el DNI o la tarjeta de crédito, en los cortos espacios de tiempo en los que se muestran.

Las personas como usuarias de los no lugares, mantienen solamente una relación contractual, efímera y obligada, tanto entre ellas, como con la infraestructura o el tiempo que se permanece en ella.

En su interior, la organización de los itinerarios se mide en grandes distancias, pero sobre todo en unidades de tiempo, la estancia e itinerarios por estos espacios dependen de horarios concretos, los que se exponen en pantallas de llegada o de salida, con un amplio margen a modificaciones debidas a retrasos que producen determinadas emociones, crispación, ansiedad, contrariedad.

Porque los individuos intentan orientarse mediante señalizaciones y constante atención a las diversas pantallas y mensajes por megafonía, que constituyen una comunicación fría e impersonal.

El diseño de estos espacios no están diseñados para facilitar las relaciones humanas, no son espacios de conversación, la interacción, como concepto sociológico en la obra de Goffman, es esporádica, y casi exclusivamente con quienes allí trabajan.

Esta es otra de las paradojas de los no lugares, son espacios públicos, de personas en tránsito, pero también de trabajo.

Algunas de las personas que trabajan en los no lugares, son vigilantes que mantienen cierta distancia social. Su función es observar constantemente. Vigilan estrechamente el comportamiento.

En momentos críticos, la mínima sospecha o desviación del orden, interpelan a cualquiera sin miramientos, y sin importar si producen atascos, retrasos, o interrumpen el flujo colectivo. Lo que Isaac Joseph, enuncia como modificación de la organización del espacio. Esto es lo que suele ocurrir en los famosos e incordiantes arcos de seguridad.

Los y las profesionales que trabajan en estas “cadenas de control y seguridad”, son personas supuestamente entrenadas para tranquilizar.

Sin embargo, ante la mínima contingencia con cualquiera de las personas que pasan por ellos, ésta se convierte en sospechosa. De inmediato proceden al “cacheo” y se produce un incremento del nerviosismo, del miedo, de la crispación.

Y posiblemente, la emoción que con más frecuencia se manifiesta en los no lugares, es el miedo. Un miedo debido a una constante manipulación emocional ante los inmensos peligros que nos acechan, su función es alarmar, sobresaltar, poner en tensión.

 

Y al mismo tiempo, los estados se esfuerzan en convencer a sus ciudadanos de que son capaces de preservar su seguridad física con numerosas medidas de vigilancia, para dar sensación de seguridad y de control.

En estos espacios los miedos individuales y colectivos se refuerzan unos a otros.

Es resultado de una época en la que vivimos bajo permanente amenaza. Sin embargo, no abordamos las causas que producen el miedo,  sino, como relata Paul Virilio, en La administración del miedo, sólo tratamos de gestionarlo y administrarlo.

Marc Augé define La sobremodernidad como estos tiempos que nos tocan vivir, una época que es gran productora de No Lugares y de sobremodernas tecnologías de información y comunicación, que ahondan la individualización, la soledad y emociones como el miedo.


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